Veo
a mi madre
Palitos y bolitas
en el cuaderno ferrocarril.
Así me dice que debo hacerlo:
Ahora,
la letra a.
Primero me enseña
a trazar las vocales.
Después, el abecedario.
Bolitas y palitos.
Un día ha pasado
y entramos ya
en lo más misterioso:
el número uno.
Bolitas, palitos,
vocales, abecedarios
y números.
Aprendo, así,
la materia primordial:
cómo salir de sí
o, como en el ajedrez,
cómo llegar al corazón
de quien me llama
al combate, al diálogo,
a la danza de ser.
Tecleo
la máquina de escribir
Tac, tac, tac…
Cada golpe de un tipo
sobre la hoja en el rodillo
suena como un paso
determinante
en la marcha hacia lo
irremediable.
Taca, taca, taca, tá…
Tal vez como un latido del
corazón:
sístole, el dedo pulsa la
tecla
diástole, el tipo pisa la
cinta.
Una letra tras otra
las palabras fluyen como la
sangre.
Llega
una noche triste
De Los heraldos negros
aprendo, también,
lo que pueden las manos
si disponen de arcilla.
Lavarla, cernirla, dejarla
secar…
Amasarla…
Moldear algún ser
llevarlo al horno
(cuidar que no se queme en la
puerta).
No ser Dios
pero intentar comprenderlo.
Aunque se sepa imposible.
Buscar su chispa en sí.
Poner el esmalte a la pieza.
Cuántos poemas he visto
explotar
en el horno, antes que nadie
alcance a escucharlos.
Pero cuando se logra
el equilibrio
entre la materia y el fuego
el poema emerge.
“Las más antiguas huellas de las
letras
de que se tiene registro
se conservan en arcilla”.
Me comenta el maestro que,
esta triste noche fría,
me lee los poemas de
César Vallejo.
Aprendo
La inmortalidad de la
masa.
Me inicio
una vez más
en los misterios del material
y en los secretos del oficio:
La poesía se escribe
con todo
el cuerpo.
Comprendo.
Con la letra,
como con la arcilla,
la vida se erige
contra la gravedad.
En
la imprenta
Junto a las máquinas
acomodo en el molde
los tipos de plomo.
De alquimia tiene la imprenta.
Con este molde,
aprendo la palabra
“justificar”.
Me unto de tinta los dedos
al entintar los rodillos.
En esta plancha gigante
que prensa la hoja a la tinta,
ideas divinas y verdades sagradas
trasmutan letra
y se elevan como la luz
para iluminar al mundo.
Alejandra
Las llaves y las zapatillas
de la flauta traversa,
Alejandra,
son también una pieza
de iniciación
en mi trasegar
por la plasticidad de letra.
Las yemas de los dedos
anteceden a la poesía.
Aquiles
Acaricio las teclas
de mi primer ordenador personal,
Aquiles.
Cómo resistir a la tentación
De teclear un poema.
“Este será mi primer poema”,
pienso.
Pero, no;
es solo un intento,
otro ejercicio.
Investigo el material
amaso
la letra
con la ilusión de dar
una
forma al alma.